martes, 9 de agosto de 2022

El otro lado de la Feria de Jocotenango

La tradición pesa. Más de 245 años no se acarrean solos. El colorido, el retorno al viejo lugar de la venta, los juegos mecánicos y sus tornillos desgastados, la venta de dulces, los churros, los elotes, la lotería con granos de maíz avejentados, el tiro al blanco con la mirilla dudosa y así cada lugar con su bullicio particular. Unas cuadras atrás queda el  templo de la Parroquia de la Asunción. A muchos ya se les olvidó que a Ella la venían a visitar, ahora todo es el jolgorio de la feria.

Las calles del barrio del Mapa en Relieve y el oasis del Bosque de Hormigo desaparecen entre estructuras de hierro, ventas y juegos y el alarido constante: «¡Parqueo, parqueo! ¡Le cuido su carro Don!». Para estas almas dedicadas al oficio de cuidar carros, cualquier lugar en la calle es motivo de negocio. No importa si es cerca de la esquina o frente a los portones de garajes. Como si fueran los dueños dicen: «No se preocupe, allí no sale nadie. No hay nadie.» Y así se mantienen, vociferando a todas hora. Y como si el negocio de alquilar espacio ajeno no fuera suficiente, aprovechan a distribuir de la hierba que da risa para los que quieran levantar el ánimo. Emprendedores les dirían algunos.

Para los vecinos del barrio en donde viene a residir casi tres semana la feria es un dolor de cabeza. Las instalaciones inician una semana antes, fabrican andamios, bloquean el paso y empiezan a merodear los comerciantes buscando su sitio donde pondrán su negocio. Los diez días de celebración las casas quedan dentro del área y se vuelve una pesadilla. Adiós a la privacidad, la paz de las calles y los tragantes limpios. Postes y otros lugares, hasta las puertas convertidas en sanitarios, tiendas y demás en bares hasta altas horas de la noche y los amigos de lo ajeno se apuntan para formar parte de este jolgorio. Para ellos los días de feria, son días de oportunidad. No digamos si hay una emergencia, el acceso para ambulancias y personal de socorro es complicado y a veces improbable. Se hace un embudo de tránsito impresionante.

Hubo un tiempo, hace cientos de años que esta área era el lugar propicio para actividades como esta. Había suficiente espacio abierto, eran campos y una gran esplanada para compartir, y claro la visitaban cientos o miles no millones. Hoy el área de la Simeón Cañas y sus alrededores forman parte de un barrio residencial. Los comerciantes vienen a vivir a la feria. Allí donde trabajan se quedan a dormir y pasan todo el día. ¿Qué puede ser sano de todo esto? No hay duchas, comparten las pocas baterías de sanitarios con los visitantes y por si fuera poco, están a merced de las lluvias de agosto que nunca faltan en esos días.

La Feria de Jocotenango requiere de una plaza digna. Una plaza con iluminación, acceso, estacionamiento, agua, sanitarios higiénicos y el espacio suficiente para los comerciantes y visitantes.  Todas las área adyacentes sufren con la llegada de la feria. Las casas vecinas se quedan atrapadas entre todos los automóviles que bloquean las calles, las salidas y aprovechan a utilizar las puertas para dejar su recuerdito.

La Ciudad de Guatemala requiere una plaza de feria permanente que permita albergar estas actividades, especialmente la feria de la ciudad, esta ciudad de tantos millones de habitantes. ¿Por qué no tener un espacio amplio, seguro, con servicios para visitantes  y comerciantes? Todos saldrían beneficiados. Los comerciantes podrían tener mejores y más ingresos. Y la ciudad de Guatemala ofrecería un lugar adecuado para las ferias de todo el año, todos ganan.