jueves, 7 de enero de 2010

Siempre hay algo que contar

Siempre hay algo que contar, aún cuando los arrebatos parecieran dormidos. Las palabras siempre están allí. Es cuestión de abrir el corazón y envolver al universo con cada uno de los sentidos. Esta noche llegan en una danza, convirtiendo el cielo en el mejor de los escenarios. Trazan filigranas de chispas entre las nubes. El olor a tierra húmeda y el silencio oscuro se hace acompañar del retumbo lejano.

Cesa de pronto ese vuelo de pájaros que revolotea y hace nido en la cabeza. Se sacuden libres las plumas de esas aves para transformarse en la tinta que dibuja nuevos trazos. Ya no tienen paraguas para esconderse; se escaparon con la tormenta y los vientos huracanados. Vuelan libres, lejos de los barrotes de lo imposible.

La luz y la oscuridad retozan perennemente alrededor, abarcando todo el espectro, regalando azules inesperados y malvas a la vuelta de la esquina. A veces son sueños sepia que llevan a pasear en el tiempo; otras veces son realidades ácidas que dan paso a destilar letras más oscuras. Cada amanecer se devela en un sinfín de luces que se filtra entre el paletón del día y hace desaparecer la penumbra. Los días transcurren pálidos, oscuros, brillantes; opacos, traslúcidos, según la lente que vistamos. Pero sin importar el matiz, cada uno regala una historia.

Y nos envuelve la vida en todos sus aromas, desde el del mal gusto hasta el más sabroso de los jazmines. No pregunta la vida, llega en ráfagas y nos siembra recuerdos, como las semillas tostadas de la cocina de la abuela. A veces nos baña de pasado con la fragancia de aquel encuentro. Y tantas otras, caminamos descalzos sobre el perfume de tierra húmeda. Y qué decir de ese bálsamo que nos lleva al mañana, el de las hierbas del huerto esparcidas en esperanza. Para cada perfume hay una palabra que podemos compartir.

Hay mucho que contar de la melodía de las hojas cuando se bañan de lluvia, luego de escuchar el canto del guardabarranco que no cesa de llamar el agua; el retumbo de las olas que en su compás infinito nos arropa de calma y nos recuerda el lado bueno de la constancia. Y podemos escribir mucho de la paz que nos regalan las notas del violín cuando se escapan de las cuerdas del artista. Cada nota del pentagrama es un cuento en el tintero.

Y qué decir de las huellas suaves, ásperas, livianas; o tal vez sedosas, arrugadas, o amorosas que nos dejan algunos días. Huellas de manos amigas, enemigas, traidoras; o de caricias infantiles, añejadas o amantes. Cómo no hablar del calor de los cuerpos cuando amados se rinden; o del frío ese que siente en el alma cuando descubre el olvido; o la calidez de ese primer beso que se regala con los ojos. Siempre hay algo que contar, aún cuando los arrebatos parecieran dormidos. Las palabras siempre están allí.


4 comentarios:

  1. "Las palabras siempre están allí." si, por eso "siempre hay algo que contar".
    besos

    ResponderEliminar
  2. se comió mis palabras :)... gracias Reltih!!
    abrazos,

    ResponderEliminar
  3. Cuando ya nada pueda devolver
    el esplendor a la hierba
    y la gloria a las flores
    no desvanezcáis, pues la belleza
    permanecerá siempre en el recuerdo.
    muaaaaaa

    ResponderEliminar
  4. Sí Paqui... la magia y el poder de los recuerdos. abrazos,

    ResponderEliminar