Leer es un privilegio increíble y para quiénes podemos disfrutar de leer más allá de la combinación de signos y sonidos, se nos abre un universo sin límites. Aprendemos a ordenar una vocal con una constante formando ladrillos que construyen expresiones, oraciones, párrafos y tantísimas páginas; otras veces construimos canciones y otras más serán versos que dibujan poemas.
Hilvanar las consonantes y las vocales nos permiten tejer mundos imaginarios o reales,a veces certeros o la mayoría de las veces tan inciertos como la misma existencia; creamos rincones, a veces cercanos, muy íntimos. Otras veces elaboramos espacios tan lejanos que no logramos ni reconocerlos, como la imagen que nos devuelve el espejo. Espacios que nos asombran y nos develan el alma distante que llevamos dentro.
Es un regalo invaluable, no sólo leer, sino adentrarnos en ese mundo de las letras y desnudar de la “a” a la “z” la vida ajena y la propia. Ese primer contacto con esos símbolos que dibujan páginas marcó mi vida y su rumbo y su impacto aún persiste; como lo hace cualquier primer encuentro inolvidable.
Apenas tendría cuatro años, pero tengo tan presente y muy cerca de mi corazón cuando llegó a mis manos un libro de pasta roja: "Pepe y Polita"; sin lugar a dudas de los mejores y más preciados regalos que he recibido de mi madre. En esas páginas aprendí a distinguir el significado de esos dos arquitos que delineaban la letra “m” y pude descifrar: “mi mamá me mima”. Desde ese día empezaron a desfilar antes mis ojos muchos nuevos mundos; pero no sería hasta unos diez años después que aprendería a aprehender las letras. En el colegio nos asignaron la lectura de El Túnel de Ernesto Sábato; surgió otra encrucijada en el camino y una nueva senda. Asimilé fascinada, de golpe y en esa fortuna de letras que el mundo no mima.
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