Hay retornos tan variados y distintos. A veces los buscamos y otras nos encuentran. Se tropiezan con nosotros, sin anunciar su llegada, sin pedir cita y nos abrazan sin permiso. Hay retornos a la ciudad, al campo, aquella esquina; al templo, a la montaña, al mar; al lago; al otro lado de la calle, aquella casa, a un cajón de viejas cartas; a la sal de unas lágrimas, al aroma de la lluvia, a las campanadas de un viejo reloj; a la arena bajo los pies desnudos, a la melodía del atardecer, a un paisaje azul; a unos besos y a un sabor de encuentro o desencuentro.
Hay retornos tan variados y distintos. Y volvemos a otro tiempo: a un tiempo atrás, sin comprar boleto al pasado. Acariciamos el recuerdo, revivimos el instante, nos besa el corazón y se despide con dulzura mientras se desliza entre los dedos; o lo vemos a los ojos y le decimos basta y le regalamos el adiós, ese, ese que se nos olvidó decir en su momento.
Hay retornos tan variados y distintos. Nos sacuden, nos desbarajustan, nos alegran; nos asustan, nos conmueven, nos gritan, nos dan tres vueltas y nos devuelven el espejo de hoy. Y nos recuerdan que siempre hay encrucijadas que nadie toma por nosotros. Y el lugar de hoy, es solo eso, el lugar de hoy. El siguiente paso es nuestro; la brújula la dibujamos nosotros. No hay garantía en esta brújula; siempre podemos no seguirla, no atenderla, no sentirla… hasta la siguiente encrucijada.
Hay retornos tan variados y distintos. Retornos inesperados y esperados; buscados y encontrados; sorprendentes y pausados; dulces y agridulces; cadenciosos y armoniosos; calmantes y energéticos; esos que son tan raros y exquisitos que nos llevan al futuro; esos que nos toman de la mano, se toman un café con nosotros y nos devuelven a nosotros mismos.
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