Abrimos un nuevo calendario para continuar tejiendo los días. Trae la incógnita de lo desconocido y la oportunidad. Desde este lado del mundo, aprovechamos el cambio del año para cerrar círculos y abrir nuevos; buscar otros senderos y repasar las huellas de otros más antiguos. Pero la fecha en el almanaque es relativa; no todos tenemos, ni seguimos el mismo. Pero lo que sí compartimos, sin ningún distingo, es un nuevo día. No importa en qué parte del mundo nos encontremos; con certeza, el sol sale a nuestro encuentro y nos dice hasta pronto, día tras día. Y para los que somos afortunados de abrazar estas veinticuatro horas — con nuestros cinco sentidos — y un techo que nos cobije tenemos un caudal invaluable entre las manos.
Cada amanecer en cualquier época del año es la puerta a la esperanza y es único. No vendrá otro mejor, tampoco otro peor, él vendrá con su singular obsequio: veinticuatro horas. Y los días serán variados, habrá días de ensueño, días de danza. Algunos amaneres serán eternos y la primavera practicará su magia. Y también viviremos días con lluvias, con tormentas, con eclipses y nubarrones. Que la rutina no tarda en vestirse de gris es una realidad; más a menudo que no, la taza de café se enfría y nunca faltará un recuerdo con sabor a sal que se tropiece con nosotros. Y así y todo, las agujas continúan su marcha. Nada las detiene.
Cada uno somos lo que hemos fabricado con nuestras acciones, palabras, gestos y sentimientos. Y esto nos es ni bueno, ni malo, sencillamente es. Conciliarse con el ayer, nos regala un mejor hoy. Lo importante es el aprendizaje y lo que haremos a cada instante para aprovechar esa riqueza de lo aprendido, lo vivido y lo amado.
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