lunes, 12 de diciembre de 2016

Desde la ventana



Desde la ventana


Cartas van, cartas vienen, y en el aire se detienen era la adivinanza para entretenerse. No sé si los niños todavía disfrutan de juegos tan simples como imaginar cartas volando para convertirlas en nubes, se me pellizca un poco la vida cuando pienso que no conocen qué es una carta o un sello postal.  Y la misma tristeza me invade cuando imagino que hay tantos trozos de vida atrapados en una hoja de papel dentro de un sobre que se están apilando sin esperanza en el antiguo Edificio de Correos. 


Desde mayo hemos dejado de esperar esa carta que anuncia una visita, alguna alegría, una cuenta pendiente, tres tristezas o la noticia sorpresa que el hijo retornará para celebrar Navidad; o tal vez la inmensa dicha que nacieron los gemelos allá lejos donde el viento es muy frío desde hace meses. Y qué será del alma que no se entera que la abuela falleció allá en Huehuetenango, esperando algunas palabras de consuelo de los nietos que no ve por años. Y la invitación a la boda, en dónde hicieron falta tantos amigos y parientes, porque el cartero sigue con las manos vacías.  


Pero tal vez la historia que me da vueltas en la cabeza desde hace varios meses es la de Jimena, aquella joven que con tanta dificultad abandonó su pueblo, sin hablar español, mucho menos inglés y se abrió paso a golpes, golpes de sacrificio, esfuerzo, sudor, traiciones, jornadas intensas, falsas promesas y un clima totalmente desconocido, en donde los días se encogen porque tienen frío y el sol desaparece temprano por la tarde del susto y como por arte de magia, cuando hace calor se resiste a irse a dormir y estira la luz hasta muy tarde por la noche. Ella estaba emocionada porque después de muchos años, escribió de su puño y letra una carta a sus padres, contándoles que ya no necesita pagar para que alguien les mande noticias. Está feliz de haber comprado hermosas hojas de papel y lapiceros llenos de tinta para relatarles que allá en el Norte, la vida es otra – tan difícil o tanto más como la de su pueblo – pero es otra. Les dijo que viaja en bus a la escuela y al trabajo, que sus patrones, los dueños del restaurante griego son amables y querendones, la comida que venden es extraña, pero ya le encontró la gracia. Les explicó que en la escuela tiene amigos que hablan divertido, a unos les entiende a otros no, y eso que algunos dicen que también hablan castellano. Les contó también que vive en un lugar pequeño, tiene que subir muchas gradas para llegar a él, queda en lo alto de una casa; aquí las casas las ponen una encima de otra les dijo. Comparte el hogar con dos amigas y entre las tres compraron un gato, eso hacen aquí las personas, les escribió. Fueron hojas y hojas dibujadas con letras ilusionadas y redondas. Ella sabe que sus padres no pueden leer ni escribir, pero don Ambrosio el vecino, sí sabe. Él les leerá la carta. La lleva a la oficina de correos y le tiembla el pulso de emoción al pegar las estampillas. Pronto sus padres se podrán sentirse muy orgullosos de su hija que les manda cartas escritas por ella. 


Con lo que no contaba Jimena era que el servicio de correo en Guatemala está cancelado desde hace varias lunas. Allí están el montón de costales llorando contra la ventana, tienen atrapados deseos, avisos, lágrimas, ilusiones, agonías, nacimientos, bodas, bautizos, cobros, pagos, abrazos, besos, despedidas, fotografías y otro montón de palabras ocultas en el corazón. 

Guatemala, 12 de diciembre de 2016


© Todos los derechos reservados.

Fotografia de Vania Vargas.

viernes, 25 de noviembre de 2016

Noviembre, nosotras y la violencia




Noviembre, nosotras y la violencia


Noviembre marca el año con lunes inmensas, lluvias y huracanes que toman nombres de expresidentes; al Sur o al Norte es un mes de cambio e intenso. Son treinta días que conmemoran lo bueno y lo malo de la humanidad: hay un día para la música, otro para la palabra y otro y muy grande, para recordar con nostalgia, alegría o pena a los difuntos. Fue en noviembre que se firmó el armisticio para la Primera Guerra Mundial y este mes fue el elegido para celebrar el día internacional del hombre. Pero hay una fecha que sacude y es la que nos recuerda la vulnerabilidad permanente de niñas, jóvenes y mujeres.


Noviembre fue testigo del asesinato de las tres hermanas Mirabal, Patria, Minerva y María Teresa quiénes se opusieron a la dictadura de Trujillo en República Dominicana. A pesar de que fueron encarceladas y luego puestas en libertad, él optó poco tiempo después en ordenar su ejecución. La Organización de Naciones Unidas aprobó en 1999 mediante la Resolución 54/134 honrar la vida de las hermanas Mirabal y declarar el 25 de noviembre el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.


Noviembre nos hace reflexionar sobre las formas de violencia. Los asesinatos contra mujeres, adolescentes y niñas son una parte de este fenómeno. Pero debemos estar conscientes y atentas a las otras formas de agresión. Hay violencia en la niña embarazada, en la niña que no le permiten ir a la escuela y también en aquella que espera el último turno para recibir algo de comer. Hay violencia en la adolescente que trasiega droga por extorsión, en la adolescente que es obligada a tener relaciones sexuales para ser igual a las amigas y también en aquella que calla mientras el padre la abusa. Hay violencia en la mujer que no puede elegir entre estudiar, trabajar, tener una familia y una pareja que la acompañe. Hay violencia en la mujer que recibe un salario menor en el mismo cargo que ocupa un hombre. Hay violencia en la anciana olvidada por todos. Y siempre habrá violencia cuando solo son hombres los que establecen las reglas y las mujeres deben acatarlas. 


Noviembre es un recordatorio, por aquello que quisiéramos olvidarlo el resto del año, que la violencia tiene mil máscaras, no tiene fronteras, no tiene edad y las más de las veces no se tiñe de sangre. La violencia contra la mujer está a la orden del día: en el silencio que ignora, en la mirada fulminante, en la sorna y en la burla, o en la inmisericorde condescendencia. La violencia se cuela en la lámina, en el ladrillo y por las paredes de cartón; no distingue y rasga por igual: sedas, tafetanes, tules; encajes, gabachas, fustanes y güipiles. Deja huella en todas las pieles y corazones, no puede diferenciar, ni le interesa el color del alma. Habita como príncipe sin reino entre jarras de cristal y vasijas de barro. Se vuelve invisible y se oculta en el pan o la tortilla que pone en la mesa. Se disfraza de caricia y arrepentimiento, se envalentona en la sumisión, no entiende cuando le hablan de engaño, mucho menos de cobardía y sabe que su mejor aliado es el silencio de la víctima.