sábado, 31 de marzo de 2018

Regalo azul




Decidimos salir de vacaciones con mi amiga Ana María; amiga desatosigada, que nos une el cariño a los libros y la incertidumbre de la página en blanco. Partimos de vacaciones por muchos motivos: huyendo, otras veces por curiosidad y otras para disfrutar el encuentro con nosotros mismos.  Así fue este último viaje. Optamos por un descanso azul y encontramos que la dulzura está en el vuelo, en el aleteo infinito de ese instante. Llegamos a un remanso azul, un rincón a la vuelta del volcán que inhala índigo exhala tranquilidad. Azul, allí la paz se escribe azul. 


Desde la bahía en San Lucas Tolimán, el tiempo deja atrás los relojes, guarda las horas para después. La respiración se calma, la prisa se queda en el peaje de la carretera. Allí cerca del muelle principal hay un oasis, se llama Hotel Tolimán. Es una tregua dentro de este caos. Llegamos sin problemas por la carretera al Pacífico y luego hacia Patulul. Un tramo de esta carretera está algo agujereado, pero nada que con paciencia no se pueda sortear.  Los frondosos árboles: ceibas, palo blanco y matilisgüates que acompañan el camino hacen de esta travesía un espectáculo descansado.


Disfrutamos una travesía de caminatas por el pueblo de San Lucas Tolimán, que ofrece sorpresas en las ventanas, en sus calles, en el parque, en el mercado y sus iglesias. Un pueblo tranquilo – al menos –  esa fue la percepción. Horas de descanso, lecturas, películas, escritura. Deliciosa y sana comida, vistas reparadoras, azules, verdes, vuelos de colibríes y un estupendo huerto orgánico que surte al restaurante del hotel.


Llegamos un Domingo de Ramos, eso nos hizo encontrarnos con la celebración de la misa en la Catedral. Había tanta paz en esa plaza frente a la iglesia, impresionante. Eran filas y filas de bancas, bancos y sillas de plástico frente al atrio convertido en altar. Una celebración larga, y con cierre de oro. Al final de la misa, hubo “Hora Santa” y bendición de los ramos. El sacerdote caminó entre la multitud bendiciendo con la Custodia. Un momento especial, de mucha luz y ceremonia.


Despertar entre la armonía del silencio de la madrugada y las aves que avisan la salida del sol es un placer inigualable. Y para más lujo, allí está el aroma del café para los que esperamos con ansias la nueva luz. Una hora de soledad y tranquilidad acompañada de un azul plomo que despierta, sonríe y envuelve.


El lunes lo dedicamos a bajar las revoluciones acumuladas, el entorno azul comienza a abrazarnos, poco a poco vamos regresando hasta completarnos. El azul está allí, la paz está allí, esperando con los brazos abiertos. Es otro tiempo, otros ojos, la mirada es distinta sobre el azul. El alma se alivia – se sumerge en todos los azules – se deja llevar hasta el infinito – se desparrama hasta tocar las orillas. Quiere sentir cada gota de agua – ya no hay diferencia – espejo – lago – alma – alma – lago – espejo – lago – espejo – alma.

Martes, viaje a San Antonio Palopó. Salir al lago siempre es abrazarse de más añil y refugiarse dentro de las montañas y volcanes que lo rodean. Es un beso al alma para guardarlo cuando sea necesario recordarse de un universo mejor. Llegamos al muelle principal en diez, quince minutos. Allí como siempre las niñas y mujeres dan la bienvenida con la esperanza de una venta rápida o en el peor de los casos, una limosna no tan piadosa. San Antonio Palopó es vertical. Está prendido de la montaña, y lo corono la catedral. Una iglesia amplia, fresca, arriba de otro montón de gradas. Impera una brisa agradable, la luz de las velas y el aroma de plegarias con fe. Después, la visita a las fábricas de cerámica, otros azules, con más colores: arcilla y pincel que se hace arte en manos de mujeres y hombres del lago. No se inmutan, entre sus delgadas manos detienen las piezas, y con paciencia y maestría les regalan colores. El horno contribuye a quemar el arte sobre el barro. Espectacular. Regresamos felices con arcilla azul entre las manos. 


Miércoles, otro día de descanso. Nos decidimos por una caminata, combinada con trasporte en tuc-tuc. Un joven amable nos sube por las angostas calles hasta el parque central, el camino fácil, no brinca. Con ojos avispados y un paso suave, vamos de venta en venta por las calles. Hoy no es día de mercado, el ambiente es plácido y hay espacio y tiempo para mirujear por todos lados. Ventas de cortes, calzones, sweaters, radio de transistores, palanganas, sandalias, zapatos y cinchos. Después, toda la fruta de la estación y los pescados que aún suspiran por regresar al lago. Encontramos las instalaciones del mercado. Un recinto fresco, limpio. Da la bienvenida la venta de granos, chiles de todos los sabores y colores, esponjas, cepillos, escobas y bolsos para ir de compras. Regresamos para otra tarde de piscina, lectura, siesta, té de menta piperita o manzanilla recién cortado del huerto y endulzado con miel de abejas. 


Las cenas desde la terraza del restaurante o desde el comedor con chimenea eran un deleite al paladar. Más lechugas de todos formas y colores, aderezados con el toque ideal de vinagre y aceite. Vino, refresco o cerveza dependiendo el ánimo o antojo. Y la infaltable amabilidad de Juan, Leonel y todos los meseros.


El jueves fue el día destinado para el retorno. Un regreso fácil igual que toda la vacación. Nos despedimos con la certeza del regreso y que esa bahía azul estará allí cuantas veces lo necesite el alma. 


Y por esto, tengo, hoy. No hay más. Atrás, otros tiempos, otros viajes, otros vericuetos, otros días, otros azules. Tengo hoy, estos azules. Mañana podrá estar a la vuelta del reloj. Llegará, conmigo o sin mí y otros azules. Hoy, tengo, guardo y agradezco entre el corazón y el alma, está vacación azul, mi regalo de 60 años.



Silvia E. Pérez Cruz

San Lucas Tolimán, Solololá, Guatemala

Marzo, 2018



miércoles, 21 de marzo de 2018

¿Cómo te escribo paz?

Te escondes agazapada en las tinieblas de las calles,
te desdibujas en el zarpazo de la violencia
y no te encuentro en la oscuridad de la sangre;
desapareces en el derroche de la pobreza.

Tres letras para buscarte, para encontrar tu forma,
me obligas a dibujarte con otras,
tres no alcanzan para llamarte
y el azar no ayuda para fabricar tu nombre.

Sé que no te puedo escribir con balas y con sangre,
se hace cuesta arriba en el hambre,
en el abandono y en la indigencia;
menos en tus basureros clandestinos.

Apareces de pronto, a golpe de oraciones.
Te veo germinar como un remanso
para el largo cansancio de estos tiempos
y no vienes gastada, repetida ni aburrida.

Te revelas, mas no en letras
y para mi asombro sin distingo de idioma.
Te puedo escribir en el rechazo
a la pobreza del cuerpo y del alma,
en el alto a la violencia y a la tala de tus árboles.

Te escribo en la vida, la libertad y el respeto.
Te trazo en la dignidad, la valentía y el trabajo.
En tu nombre caminan niños, jóvenes y ancianos
sostenidos por voluntad y amor de hombres y mujeres.
Me maravillo, no sólo te escribo, te vivo.

Silvia E. Pérez Cruz
2do lugar Certamen Secretaría de la Paz Guatemala
Diciembre, 2007