jueves, 12 de abril de 2018

Allá, allá lejos

La interpretación a veces nos regala historias que podemos compartir. Esta es una de ellas.

Allá donde la vida se siente, allá donde todo está lejos de todo y se está cerca del cielo y del corazón. Allá, tan lejos, que los Cuchumatanes descansan en un abrazo en el horizonte en paisaje pintado de azules. Allí, al final del camino, a la orilla de un barranco blanco está la esperanza, allí está la escuela. 
Llegar es un viaje entre bosques, cada vez más altos en las montañas de Totonicapán. Escalamos y escalamos en el auto, la sensación de paz y quietud va en crescendo como los precipicios que van quedando atrás. A cada poco, el cielo más cerca, tan cerca que se siente como pañuelo cubriendo las cabezas de todos. Fueron tres horas de camino desde Xela, minutos más, minutos menos. No importa el tiempo, deja de transcurrir, no hay reloj para marcar bosques, silencio, paz; bosques, silencio, paz. Y el cielo, siempre más cerca, casi se puede saborear. Vueltas, subidas, bajadas, caminos pavimentados con modernidad y caminos de polvo y olvido, hasta que aparece un letrero: Acá se termina el camino. Detrás de la contundente sentencia, un pequeño campo y a la orilla del barranco sonríe la escuela. 

Un edificio modesto pero feliz: un salón grande es el aula, y un cuarto más pequeño, la oficina del Director. Minimalista no por elección, sino por realidad. Tienen lo que necesitan, y lo que quieren es lo que necesitan, el lema del joven maestro. Al frente de los salones, una galera amplia, ofrece sombra y cobijo y   convierte el espacio en un área para actividades lúdicas, salón de clase al aire libre o lugar de reuniones con los padres de familia. Tienen lo que necesitan. 

A un lado, la nueva cocina, el centro de acción de las madres de la comunidad, quiénes todos los días llegan a preparar las meriendas para los niños. Del otro lado, los tesoros: el tanque de agua recogida de la lluvia y el jardín escolar. El jardín se convierte en otra aula: siembras en formas geométricas enseñan el ciclo de vida, técnicas para otros huertos y alimentación sana. Entre el aula y la oficina del Director, el filtro de agua y un depósito de agua es el lavamanos al aire libre. 

Los estudiantes están organizados, varios niños y niñas forman el Comité de alimentación. Ellos sirven a sus demás compañeros lo que preparan con esmero y limpieza las mamás. Utilizan gorros para cubrirse el pelo y una gabacha limpia para proteger su ropa. Todos se alimentan, todos los días, un buen motivo para no perderse un día de clases. 

En el aula los pupitres pequeños, bien cuidados, tienen lo que necesitan. El profesor utiliza los libros de enseñanza en quiché y español. Reciben las clases en los dos idiomas, así como todas las materias. Estos niños lejos, tan lejos del mundo como del resto de Guatemala, son privilegiados. Son bilingües, rescatan su cultura y comen sano. Allí se cultivan sueños, ellos quieren ser doctores y ellas maestras. 

Sí, la escuela está al final del camino,  al borde del precipicio blanco y la escasez de agua es una realidad, pero la voluntad de un maestro y unos voluntarios han marcado la diferencia. Les devolvieron la esperanza por la vida con dignidad y respeto a veintitrés familias. Allá, allá muy lejos en Chuizacasiguan, tienen lo que necesitan, y lo que quieren es porque lo necesitan. 

© Silvia E. Pérez Cruz marzo, 2018

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