La hoja en blanco es también espejo. Hoy está cubierta de un manto de
ceniza, lodo y lágrimas de lluvia. Cada sobreviviente de la erupción del volcán
de Fuego es un alma desnuda, quebrada, asustada y con el futuro más incierto
que cualquiera que lee estas líneas. Hoy son ya diez días desde que la naturaleza
los despojó de su hogar y a saber de cuántos miembros de su familia, vecinos y
amigos. No están más y no volverán a estar, nunca. Soterrados bajo un manto
milenario de las entrañas del volcán. No alcanzan los llantos para desaguar tanto
dolor. Están viviendo un duelo igual o semejante al infierno que vivieron
mientras huían de la furia del volcán.
Y a estos días de duelo y desconcierto, habrá que sumar la pregunta que
no cesa de dar vueltas como trompo en la cabeza de muchos, al igual que la de
ellos, y que no tienes mareados y cansados antes de tiempo: ¿qué pasará
después? Tristemente veo banderas de alcaldes con
sueldos estrafalarios y bochornos para un país tan pobre, ofreciendo la
construcción de casas en tres meses. Otros con planes menos atrevidos. A seis
meses de campaña y ya están viendo cómo quedan bien. Me pregunto si en estas propuestas,
habrá una gota de compasión y un poco, sólo un poco de buen corazón, pensando
en los sobrevivientes de esta catástrofe. Mayor pesar da, no creerles más, aunque
su intención pudiese ser buena.
Y surge
otra vez, ya perdimos la cuenta de tantas, la idea de que topamos fondo o
cerquita estamos. Topar fondo no es solo ver que el país se rompe literalmente:
puentes, carreteras, aldeas y perdemos vidas, muchas vidas. Topar fondo también
es bucear entre la
desesperanza, en ese universo donde no hay un mañana y donde el siguiente
minuto no devuelve, pero ni un poco de sol para calentar el ánimo. El suicidio
del Dr. Jesús Oliva –que ya descansa en paz
de su tormento– en un centro de prisión
preventiva, nos revienta en el corazón y nos duele. Caminar los pasillos de la
depresión es un poco como deambular en solitario en un corredor indeciso – entre la penumbra –con olor de abandono, moho y guardado–; no
hay música que apacigüe el desasosiego ni energía para buscarla. Es un mundo entre
otro mundo y se requiere, entre otras cosas, de amor para dejarlo: amor propio,
amor de la familia, amor del cuidador de salud mental. Y así como el Dr. Oliva,
habrá tantos, no solo en las cárceles del país, también en otras jaulas. Jaulas
de oro –oficinas, casas, escuelas, universidades–. La salud mental es un bien
preciado y la que más debemos cuidar, podremos hacernos cargo de las otras:
salud física y espiritual si cuidamos esta.
Guatemala es una cadena de volcanes, y los guatemaltecos no dejamos de
ser un reflejo de esos fenómenos naturales aparentemente dormidos, semi
dormidos y en franca rebeldía. Así como le debemos poner atención a los volcanes,
a sus señales, silencios y exabruptos, igual nos debemos poner atención unos a
otros.
©sepc – Guatemala, 13 de junio, 2018
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