Uno que es escalera para tocar el cielo.
Uno que recuerda la constancia de las horas.
Uno que observa sin perder detalle.
Uno que se impone, monumental y enmudecido.
Uno que se expresa sin cobardía.
Uno que llora lágrimas petrificadas de tiempo.
Uno que arde, arde y arde por dentro y lo escuchan como oír llover.
Uno que ruge de tiempo en tiempo para acordarnos de la pequeñez.
Uno que está herido y sangra muerte.
Uno que es inmenso, azul y olvidado.
Uno que no se da por vencido y estalla.
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