La tradición pesa. Más de 245 años no se acarrean solos. El
colorido, el retorno al viejo lugar de la venta, los juegos mecánicos y sus
tornillos desgastados, la venta de dulces, los churros, los elotes, la lotería
con granos de maíz avejentados, el tiro al blanco con la mirilla dudosa y así
cada lugar con su bullicio particular. Unas cuadras atrás queda el templo de la Parroquia de la Asunción. A
muchos ya se les olvidó que a Ella la venían a visitar, ahora todo es el
jolgorio de la feria.
Las calles del barrio del Mapa en Relieve y el oasis del
Bosque de Hormigo desaparecen entre estructuras de hierro, ventas y juegos y el
alarido constante: «¡Parqueo, parqueo! ¡Le cuido su carro Don!». Para
estas almas dedicadas al oficio de cuidar carros, cualquier lugar en la calle
es motivo de negocio. No importa si es cerca de la esquina o frente a los
portones de garajes. Como si fueran los dueños dicen: «No se preocupe, allí
no sale nadie. No hay nadie.» Y así se mantienen, vociferando a todas hora.
Y como si el negocio de alquilar espacio ajeno no fuera suficiente, aprovechan
a distribuir de la hierba que da risa para los que quieran levantar el ánimo.
Emprendedores les dirían algunos.
Para los vecinos del barrio en donde viene a residir casi
tres semana la feria es un dolor de cabeza. Las instalaciones inician una
semana antes, fabrican andamios, bloquean el paso y empiezan a merodear los
comerciantes buscando su sitio donde pondrán su negocio. Los diez días de
celebración las casas quedan dentro del área y se vuelve una pesadilla. Adiós a
la privacidad, la paz de las calles y los tragantes limpios. Postes y otros
lugares, hasta las puertas convertidas en sanitarios, tiendas y demás en bares
hasta altas horas de la noche y los amigos de lo ajeno se apuntan para formar
parte de este jolgorio. Para ellos los días de feria, son días de oportunidad. No
digamos si hay una emergencia, el acceso para ambulancias y personal de socorro
es complicado y a veces improbable. Se hace un embudo de tránsito impresionante.
Hubo un tiempo, hace cientos de años que esta área era el
lugar propicio para actividades como esta. Había suficiente espacio abierto, eran
campos y una gran esplanada para compartir, y claro la visitaban cientos o miles
no millones. Hoy el área de la Simeón Cañas y sus alrededores forman parte de
un barrio residencial. Los comerciantes vienen a vivir a la feria. Allí donde
trabajan se quedan a dormir y pasan todo el día. ¿Qué puede ser sano de todo esto?
No hay duchas, comparten las pocas baterías de sanitarios con los visitantes y por
si fuera poco, están a merced de las lluvias de agosto que nunca faltan en esos
días.
La Feria de Jocotenango requiere de una plaza digna. Una
plaza con iluminación, acceso, estacionamiento, agua, sanitarios higiénicos y
el espacio suficiente para los comerciantes y visitantes. Todas las área adyacentes sufren con la
llegada de la feria. Las casas vecinas se quedan atrapadas entre todos los
automóviles que bloquean las calles, las salidas y aprovechan a utilizar las
puertas para dejar su recuerdito.
La Ciudad de Guatemala requiere una plaza de feria
permanente que permita albergar estas actividades, especialmente la feria de la
ciudad, esta ciudad de tantos millones de habitantes. ¿Por qué no tener un
espacio amplio, seguro, con servicios para visitantes y comerciantes? Todos saldrían beneficiados.
Los comerciantes podrían tener mejores y más ingresos. Y la ciudad de Guatemala
ofrecería un lugar adecuado para las ferias de todo el año, todos ganan.